11 feb 2010

Carlitos, una guerra sucia (las hay limpias?)

De vez en cuando limpio el disco duro de la computadora, sobre todo de todos esos archivos que se van juntando, al igual que las cosas de los bolsillos que metemos en "el cajoncito" así las podemos encontrar después. Cosa que, pasado algún tiempo, se hace casi imposible.
Fue así como encontré un relato que había escrito tiempo atrás. No se si la causa es porque hace frió o por los redobles de tambores que ejecutan Chavez y Ahmadinejad, fomentando una cosa que ellos no conocen, que decidí publicarlo.

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Carlitos era una de esas personas de las cuales no se sabe si salieron de un psiquiátrico o de una universidad de Ciencias Sociales.
Vestía siempre con pantalones de gabardina gris claro o marrones, que seguramente en su tiempo fueron modernos. Sobre las camisas, casi siempre rayadas y abotonadas hasta el cuello, llevaba un pullover sin mangas haciendo conjunto con el pantalón y si la temperatura no sobrepasaba casi los 35 grados, una chaqueta de corderoy de un color claro, algo desteñida por el sol.

De la cara afeitada sobresaltaban los ojos celestes, que siempre miraban un punto en algún lugar de la lejanía y de los pocos pelos que le quedaban, se podía deducir que en su tiempo fueron rubios. Carlitos tenia un andar extraño, no se tambaleaba hacia los lados sino hacia adelante y atrás, como si dentro de los zapatos de un 45 o 46, de punta cuadrada, tuviese unos pies del 38, incapaces de estabilizar el metro noventa y algo de altura.

Como a todo buen coloniense, a Carlitos, además de la cerveza le gustaba el vino, si era blanco de la región mejor, aunque seguramente por razones económicas, llevaba dentro de una bolsa de plástico blanco, un cartón de 3 litros de vino tinto, ese vino barato que compraba en algún supermercado del barrio.

A Carlitos se lo veía los días soleados sentado en un banco de madera a la orilla del Rin, bebiendo su vaso de vino. Eso si, el vino seria barato y en envase de cartón, pero el tenia dentro de su bolsa un vaso para beberlo.

De vez en cuando, cuando pasaba delante de la terraza del bar donde estábamos sentados el grupo de amigos, lo invitábamos a que bebiese algo. No para reírnos un rato, sino porque tenia un "no-se-que" que hacia agradable su compañía. No se quedaba "pegado", estaba 15, 20 minutos, daba las gracias y se marchaba.

Eran esos 15, 20 minutos, los que hacían que Carlitos fuese "El Carlitos". Se acercaba a nuestra mesa, dejaba su bolsa de plástico en la de al lado y mientras acercaba su mano al vaso de vino que habíamos encargado para el, preguntaba: de que hablamos hoy?

Nuestra respuesta no era inmediata, ya que siempre nos quedábamos mirando la mano que sostenía el vaso, esa mano derecha a la cual desde el dedo índice hasta el meñique, le faltaban las ultimas falanges. Después de unos segundos, alguno de nosotros decia: es igual Carlitos, relatase algo!

Era entonces cuando a Carlitos le comenzaban a brillar los ojos, desplegaba la vela de un velero imaginario y te llevaba con el. Te llevaba a los lugares mas insólitos. Te llevaba a jugar al poker con "Big Foot" en California, te llevaba a cazar cebras a cuadros en Kenia, en Egipto te hacia hacer surfin en cocodrilo y después te cruzaba todo el Sahara hasta Mauritania en trineo. Nosotros lo escuchábamos con la boca entreabierta y una mueca de sonrisa en ella, pensando en que, como los detalles geográficos eran perfectos, quien dice que no jugase al poker en realidad con "Big Foot" o fuese en trineo por el Sahara?

Fue uno de esos días calurosos,  en los cuales el reflejo del sol en el río te hace daño en los ojos y cualquier movimiento se convierte en tortura, cuando vimos por ultima vez a Carlitos.
Venia caminando, tambaleándose de su peculiar forma por el paseo a la orilla del río. Cuando paso por delante de nosotros le dijimos: Carlos, aquí tienes tu vino, el vino que habíamos encargado apenas le vimos aparecer.

En una de las otras mesas detrás de la nuestra, había un grupo de personas. Fue una de estas la cual, en medio del relato de Carlitos, justo en el momento en que este estaba cocinando sobre la lava del Kilauea, grito: Carlos, y en Estalingrado que ocurrió? hacía frio no? En el silencio que continuo, hasta se pudo escuchar el crujir de un mástil de velero imaginario y a medida que este iba cayendo al agua, se enturbecia el brillo en los ojos de Carlitos. La agresión acumulada en nosotros, se hubiese manifestado en la cara del "gritón", si no hubiésemos reparado en que Carlitos, después de abrocharse completamente su chaqueta de corderoy y levantándose el cuello de esta, se aferro con sus dos brazos a su bolsa de plástico y se marcho murmurando algo como:

Estalingrado? y eso que es? donde queda eso? no se, de eso no se nada.

No lo vimos mas y cuando al año siguiente nos enteramos que lo habían encontrado, sentado en un banco de madera en la orilla del río, en la otra punta de la ciudad, nos dimos cuenta que no lo vimos mas porque el"griton" había roto la "magia" del lugar.

Lo encontraron con su vaso de vino en la mano y los ojos fijos en algún punto de la lejanía. Fue al atardecer cuando algunos, extrañados de que Carlitos aun continuara allí, se acercaron y se dieron cuenta de que en realidad, Carlitos no estaba mas.

Nosotros pedimos un vaso de vino mas y brindamos con el. Uno de nosotros reparo el mástil, otro soltó por ultima vez amarras y todos nos imaginamos a Carlitos navegando entre las tropas Napoleonicas y las del 6.Ejercito, quizas en el infierno, pero a el le era igual, porque hacia calor!

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Hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver.
- Aristóteles -


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